Siempre he pensado que no hay nada más razonable que leer de todo. Quizá, en algún momento de nuestras vidas, tendamos a encasillarnos en un género o un autor, sin embargo, el equilibrio es saludable y lo mejor es practicarlo.
Lo recurrente, en cambio, es que muchos lectores tienden a evitar ciertos libros: los temidos y a veces odiados clásicos.¿Por qué se han ganado esa mala fama? ¿Tendrán algo que ver las lecturas obligatorias en los colegios? Cuando he hablado con otros lectores al respecto, siempre sacan a relucir lo mucho que odiaron El Quijote de la Mancha, El burlador de Sevilla o el Mio Cid cuando lo leyeron allá por sus 14 o 15 años. Y pienso: hay clásicos y clásicos, y hay momentos y circunstancias para leer este o aquel libro. Claramente, el sistema educativo no vela por esos factores condicionantes, sino que se remite a la parte cuantitativa: hay que leer cierta cantidad de libros al año, y punto.
El tema es que hay clásicos para todos los gustos. De hecho, hay clásicos contemporáneos, libros que sabemos que en cien años más se sumaran a las filas de esos libros atemporales. Puede que el libro que estás leyendo en este momento sea un clásico en cincuenta años más. Por ello, no deberíamos temerles a los clásicos de ayer, los de siempre. Hay déjà vus, hay paradigmas de la literatura universal, hay sorpresas.
Así que esta mini sección, que será esporádica y no demasiado planeada, apuntará a presentarles (o recordarles) aquellos clásicos que vale la pena disfrutar y exhibir en nuestro librero. Diré lo bueno, lo malo y lo feo, así podrán decidir si se ajusta a sus necesidades lectoras. No pretendo realizar un ejercicio extenso, serán más bien un punteo y una que otra apreciación personal sobre ciertos aspectos, que pueden o no ser acertados.
Cuando pienso en Jane Eyre, en primer lugar viene a mi mente el esquema general: chica pobre y desgarbada entra a trabajar en la casa de un gran señor y se enamora de él. Familiar, ¿eh? Es el molde de muchas historias, anteriores y posteriores a la misma.
Pero… Charlotte Brontë escribió una obra mucho más compleja que esta recetarepetida a estas alturas. Las Brontë se caracterizan por ser escritoras realistas y costumbristas. A través de su obra conocemos cómo era la sociedad inglesa hace 200 años, e identificamos patrones que perduran hasta nuestros días. Quizá el más fuerte es las diferencias socioeconómicas de los protagonistas.
Lo que hace tan especial a Jane Eyre es que toca la fibra sentimental de lector al presentarnos a una protagonista que, si bien a primera vista es simple y apocada, en realidad es firme, íntegra y espera mucho más de la vida. Jane simula someterse a las restricciones de la sociedad de la época, pero en su mundo interior es libre, e intenta ser fiel a sí misma aunque eso implique tomar decisiones arriesgadas.
Mr. Rochester, por otro lado, es de esos personajes complejos que entendemos en el último tercio de la historia, pues antes de eso es una figura oscura y misteriosa. Mr. Edward Rochester (guiño al nombre, ya saben) es el modelo a seguir de muchos chicos malos de las novelas YA actuales, claro que Mr. Rochester los supera por mucho.
¿Lo malo de Jane Eyre? Que lamentablemente no es posible enfrentarse a esta historia sin conocer de antemano lo que pasará. Con tanta reseña, película y comentarios pululando por todos lados, sabemos de qué se trata el misterio que anuncian casi todas las sinopsis.
¿En qué momento debes leerlo? Cuando tengas tiempo, porque es un libro un tanto largo y complejo, minucioso hasta decir basta (como la mayoría de las obras costumbristas), y en invierno, porque los páramos de Thornfield y lo que ocurre en la casa de Mr. Rochester se adereza mejor con el ulular del viento y un deliciosa taza de té con leche.
Leí Alicia ya de mayor, y estoy muy agradecida por ello. Alicia es de esas historias aparentemente infantiles, pero que guardan muchas metáforas y lecciones para todas las edades. A diferencia de Peter Pan o El mago de Oz, Alicia en el País de las Maravillas se equipara a El Principito: una lectura te da un significado, y la siguiente lo cambia o te da otro.
Sin embargo, a pesar de sus acepciones más filosóficas, Alicia también es divertido y conmovedor. Es como una cebolla: lo componen capas y capas de juegos, enseñanzas y miradas.
Sus personajes son memorables: la pequeña niña que se pierde en un mundo demente, el conejo blanco que corre contra el tiempo, el sombrerero loco y la liebre en su eterno mundo del té (voy para allá con mi adicción), el gato de Cheshire, la reina de corazones y sus súbditos. Y cada uno nos deja moralejas descabelladas y cumple un rol en la aventura de Alicia, guiándola de forma a veces tortuosa, a veces sabia, en un mundo que no es otro más que la vida misma.
El universo de Alicia es rico en detalles, en curiosidades, en aspectos que tal vez son risibles en la primera lectura, pero más tarde, dándole vueltas y más vueltas, encontramos que son piezas fundamentales en una historia que funciona como un reloj.
Sin duda, este es un clásico que debería ser leído por todos, ya sea de niños, adolescentes, adultos o ancianos. Alicia en el País de las Maravillas es un libro que de una u otra manera te va a sorprender, y al que volverás cuando necesites un cambio de perspectiva.
Lo recurrente, en cambio, es que muchos lectores tienden a evitar ciertos libros: los temidos y a veces odiados clásicos.¿Por qué se han ganado esa mala fama? ¿Tendrán algo que ver las lecturas obligatorias en los colegios? Cuando he hablado con otros lectores al respecto, siempre sacan a relucir lo mucho que odiaron El Quijote de la Mancha, El burlador de Sevilla o el Mio Cid cuando lo leyeron allá por sus 14 o 15 años. Y pienso: hay clásicos y clásicos, y hay momentos y circunstancias para leer este o aquel libro. Claramente, el sistema educativo no vela por esos factores condicionantes, sino que se remite a la parte cuantitativa: hay que leer cierta cantidad de libros al año, y punto.
El tema es que hay clásicos para todos los gustos. De hecho, hay clásicos contemporáneos, libros que sabemos que en cien años más se sumaran a las filas de esos libros atemporales. Puede que el libro que estás leyendo en este momento sea un clásico en cincuenta años más. Por ello, no deberíamos temerles a los clásicos de ayer, los de siempre. Hay déjà vus, hay paradigmas de la literatura universal, hay sorpresas.
Así que esta mini sección, que será esporádica y no demasiado planeada, apuntará a presentarles (o recordarles) aquellos clásicos que vale la pena disfrutar y exhibir en nuestro librero. Diré lo bueno, lo malo y lo feo, así podrán decidir si se ajusta a sus necesidades lectoras. No pretendo realizar un ejercicio extenso, serán más bien un punteo y una que otra apreciación personal sobre ciertos aspectos, que pueden o no ser acertados.
Jane Eyre
1847 · Novela realistaCuando pienso en Jane Eyre, en primer lugar viene a mi mente el esquema general: chica pobre y desgarbada entra a trabajar en la casa de un gran señor y se enamora de él. Familiar, ¿eh? Es el molde de muchas historias, anteriores y posteriores a la misma.
Pero… Charlotte Brontë escribió una obra mucho más compleja que esta receta
Lo que hace tan especial a Jane Eyre es que toca la fibra sentimental de lector al presentarnos a una protagonista que, si bien a primera vista es simple y apocada, en realidad es firme, íntegra y espera mucho más de la vida. Jane simula someterse a las restricciones de la sociedad de la época, pero en su mundo interior es libre, e intenta ser fiel a sí misma aunque eso implique tomar decisiones arriesgadas.
Mr. Rochester, por otro lado, es de esos personajes complejos que entendemos en el último tercio de la historia, pues antes de eso es una figura oscura y misteriosa. Mr. Edward Rochester (guiño al nombre, ya saben) es el modelo a seguir de muchos chicos malos de las novelas YA actuales, claro que Mr. Rochester los supera por mucho.
¿Lo malo de Jane Eyre? Que lamentablemente no es posible enfrentarse a esta historia sin conocer de antemano lo que pasará. Con tanta reseña, película y comentarios pululando por todos lados, sabemos de qué se trata el misterio que anuncian casi todas las sinopsis.
¿En qué momento debes leerlo? Cuando tengas tiempo, porque es un libro un tanto largo y complejo, minucioso hasta decir basta (como la mayoría de las obras costumbristas), y en invierno, porque los páramos de Thornfield y lo que ocurre en la casa de Mr. Rochester se adereza mejor con el ulular del viento y un deliciosa taza de té con leche.
Alicia en el País de las Maravillas
1865 · Novela infantilLeí Alicia ya de mayor, y estoy muy agradecida por ello. Alicia es de esas historias aparentemente infantiles, pero que guardan muchas metáforas y lecciones para todas las edades. A diferencia de Peter Pan o El mago de Oz, Alicia en el País de las Maravillas se equipara a El Principito: una lectura te da un significado, y la siguiente lo cambia o te da otro.
Sin embargo, a pesar de sus acepciones más filosóficas, Alicia también es divertido y conmovedor. Es como una cebolla: lo componen capas y capas de juegos, enseñanzas y miradas.
Sus personajes son memorables: la pequeña niña que se pierde en un mundo demente, el conejo blanco que corre contra el tiempo, el sombrerero loco y la liebre en su eterno mundo del té (voy para allá con mi adicción), el gato de Cheshire, la reina de corazones y sus súbditos. Y cada uno nos deja moralejas descabelladas y cumple un rol en la aventura de Alicia, guiándola de forma a veces tortuosa, a veces sabia, en un mundo que no es otro más que la vida misma.
El universo de Alicia es rico en detalles, en curiosidades, en aspectos que tal vez son risibles en la primera lectura, pero más tarde, dándole vueltas y más vueltas, encontramos que son piezas fundamentales en una historia que funciona como un reloj.
Sin duda, este es un clásico que debería ser leído por todos, ya sea de niños, adolescentes, adultos o ancianos. Alicia en el País de las Maravillas es un libro que de una u otra manera te va a sorprender, y al que volverás cuando necesites un cambio de perspectiva.
Gracias a Penguin Random House por los ejemplares.