451° Fahrenheit: la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde
―¿Es verdad que hace mucho tiempo los bomberos apagaban incendios en vez de provocarlos?
―No. Las casas siempren han sido ignífugas. Puedes creerme.
―¡Es extraño! Una vez oí decir que hace muchísimo tiempo las casas se quemaban por accidente y hacían falta bomberos para sofocar las llamas.
Montag se echó a reír.
―Bueno, al fin y al cabo, esta es la era del tejido desechable. Tratamos a la gente como si fueran pañuelos de papel. Los estrujamos después de utilizarlos, los tiramos, cogemos otro, nos sonamos, lo estrujamos, lo tiramos.
―[...] Pero, por encima de todo ―prosiguió Clarisse―, me gusta observar a las personas. A veces, me paso el día entero en el metro, y las contemplo y las escucho. Sólo deseo saber qué son, qué desean y adónde van.
Montag no hizo nada. Fue su mano la que actuó; su mano ―con un cerebro propio, con una conciencia y una curiosidad en cada dedo tembloroso― se había convertido en ladrona.
―Tú no estabas allí, tú no la viste ―insistió él―. Tiene que haber algo en los libros, cosas que no podemos ni imaginar para que una mujer sea capaz de permanecer en una casa que arde. Tiene que haber algo. Uno no se sacrifica por nada.
―[...] No nos recreemos indefinidamente en el dolor de esa muerte. Olvidémoslos. Quemémoslo todo, absolutamente todo. El fuego es brillante, el fuego es limpio.
―Puedo conseguir libros.
―Corre usted un gran riesgo.
―Eso es lo bueno de estar moribundo. Cuando no se tiene nada que perder, pueden correrse todos los riesgos.
Ray Bradbury